Pedro Arnoldo Aparicio Quintanilla, tercero de ocho hermanos, nació en el pueblecito de Chinameca, departamento de San Miguel – El Salvador, Centro América, un 29 de Abril de 1908. Proveniente de una familia profundamente cristiana, unida, piadosa y solidaria según las enseñanzas del Evangelio; a “Noldo”, como lo llamaban familiarmente en casa, le fue providencial este ambiente familiar para conocer a Dios, amarlo y servirle. Esto lo fue manifestando con sus juegos de niño y fue creciendo, bajo la sabia guía de su madre, quien lo fue orientando hacia una piedad sólida, concreta, unida a la vida y a las exigencias de la caridad. Aprendió a descubrir a Dios, a través de los milagros de la naturaleza, ya que su padre trabajaba la tierra.


La profunda vida espiritual de la familia, lo preparó para escuchar con atención la llamada de Dios que un día se hizo presente a través de un salesiano que lo invitó a ingresar a la Congregación Salesiana.




La Resolución la tomó a corta edad; decidió irrevocablemente seguir el llamado del Señor, antes de cumplir los quince años. Inició su Aspirantado con alegría optimismo y docilidad, amando cada día más a María Auxiliadora. Su madre le hizo algunas pruebas para convencerse de la firmeza en la determinación tomada, pues ella deseaba que si llegaba a ser sacerdote, fuera por verdadera vocación. Un compañero suyo, narró que en el seminario se distinguió por su personalidad y cultura empapada de la práctica de las virtudes de todo buen cristiano.

En todo el tiempo de formación se fue consolidando en él un deseo de acercar a los jóvenes al Señor, difundir y defender el bien, como Don Bosco. Reflejó gran adhesión a la voluntad de Dios. Con la renuncia, el sacrificio y la obediencia, logró ser un alma totalmente entregada, llegando a ser, un salesiano de corazón.

Sacerdote de Dios en el espíritu de San Juan Bosco

El día 20 de Febrero de 1937 recibió la ordenación sacerdotal junto a otros tres compañeros.

Su labor de pastor la realizó en el campo de la educación, sus planes buscaban la salvación de los jóvenes siguiendo los ejemplos de su padre Don Bosco.

El Padre Aparicio fue un sacerdote sumamente justo y valiente. Su personalidad nunca reflejó doblez en su forma de pensar y hablar. Tenía muy claro que “Un sacerdote, es un guía espiritual, es padre bondadoso que recompensa y perdona”.

Pastor de la Iglesia


El 31 de Enero de 1946, fiesta de San Juan Bosco, el Padre Aparicio, estando en Panamá, recibió un cablegrama, enviado por Su Santidad Pío XII, donde le comunicaba que, ese día, había sido publicada la noticia de su nombramiento como Obispo Titular de Ezani (Exanita). El Padre Aparicio, no vaciló en tomar, con gran humildad, el cayado para pastorear la nueva grey que la Iglesia le confiaba.

Fue Obispo auxiliar de San Salvador, 3 años después pasó como Obispo titular de la naciente Diócesis de San Vicente. Siendo el primer Obispo de la Diócesis asumió una ardua labor pastoral porque no contaba con muchos sacerdotes y solo existían dos escasas congregaciones religiosas.



¿Y qué hizo ante esta realidad?

Debido a la gran fe de Monseñor Aparicio y la confianza plena en María Auxiliadora, no se dejó vencer. Buscó la ayuda de un amigo suyo, el Padre Pedro Tantardini, SDB, quien era el Inspector de Centro América; y a una religiosa Hija de María Auxiliadora, Madre Ersilia Crugnola, quien era Inspectora en México. Monseñor Aparicio le envió a ella algunas cartas para que se las presentara a la Santísima Virgen donde le hacía algunas consultas. La Santísima Virgen, a través de Madre Ersilia, al igual que el Padre Tantardini, coincidieron en la propuesta dada a Monseñor Aparicio en la fundación de un seminario y de una Congregación religiosa de vida y costumbres sencillas.


Además, la Conferencia Episcopal de América Central (CEDAC), en su reunión en Tegucigalpa (Honduras), en el año 1954, urgió en una de sus conclusiones, que el Episcopado se ocupara en modo especial de las normales rurales, ya que el Estado se reservaba la formación de maestros. Mons. Aparicio presentó a la Conferencia Episcopal el primer plan de fundación de una congregación religiosa que se formara para la educación de la niñez y juventud y la fundación de una escuela normal para formar maestras católicas.

Mons. Aparicio siguiendo la inspiración de Dios a través de los medios mencionados, fue dando respuesta a las necesidades de la gente, mediante la fundación del seminario, la congregación religiosa, la escuela normal para formación de maestras católicas y la fundación de varios grupos de compromiso cristiano.

Este gran hombre y Obispo salesiano, entregó su vida por la diócesis de San Vicente, ya que ante las injusticias no callaba; ante los maltratos y abusos con la gente humilde, se hacía sentir su caridad que tenía hacia sus semejantes. Ayudó sobre todo a la gente pobre.



Lastimosamente los 12 años de guerra (1978 – 1990), que vivió El Salvador, destruyó varios proyectos pastorales y valores religiosos en la Diócesis de San Vicente, muchos de ellos hasta la fecha no se han logrado recuperar.



Sus últimos años. La vida que caracterizó a este buen hijo de Don Bosco fue incansable. Pero es Dios quien dispone de las cosas.

Cuando entregó la Diócesis de San Vicente (1983), se dedicó a cimentar más la espiritualidad de las Religiosas HDS y a la feliz empresa de la formación de maestras en la Casa Madre de la Congregación Hijas del Divino Salvador.

En el año 1988, comenzaron en él, una serie de quebrantos en su salud que lo fueron conduciendo a su Patria definitiva de la que él tanto hablaba; pero debido a ese espíritu tan grande que tenía, siempre mantuvo un equilibrio extraordinario en armonizar tensiones nada fáciles en estos momentos de prueba. A pesar de su avanzada edad, sus actitudes aparecían despiertas y atentas, como guiado por una preocupación superior: la de quien discierne cuál debe ser el mejor comportamiento para su encuentro con Dios.

Su estado de salud se fue apagando lentamente y dijo adiós a los suyos para entrar en su patria definitiva, en un ambiente de serenidad y unidad en su persona, el 7 de septiembre del año 1992 a sus 84 años de edad.



Sus restos yacen junto a la Capilla de la Casa de Formación “Sagrado Corazón de Jesús”,

Santo Domingo, San Vicente – El Salvador.



“Querido Padre, hoy ya no estás corporalmente entre nosotras, pero vives en cada una de tus hijas,

Vives, en cada Ave María que ellas dirigen a su Madre Auxiliadora,

Vives, porque tu amor ha vencido a la muerte”.



¡¡¡ Gracias, querido Padre por haber sido un buen instrumento en las manos de Dios!!!



Con inmenso amor:

Tus hijas,

Hijas del Divino Salvador